Sara Irene Herrerías Guerra representa una figura con una trayectoria sólida en el ámbito de derechos humanos y persecución penal, particularmente en casos relacionados con víctimas y violencia de género. Sin embargo, al analizar su perfil desde la visión de Virtud al Frente, que busca evaluar la justicia no solo en términos legales, sino morales y trascendentes, surgen reflexiones necesarias.
Sara Irene ha dedicado gran parte de su carrera a defender a víctimas de violaciones graves de derechos humanos. Desde una perspectiva de virtud, esto refleja un compromiso importante con la justicia reparadora. Sin embargo, la preocupación surge cuando la justicia se reduce a la reparación estructural y no se acompaña de un enfoque que fortalezca la responsabilidad individual, el arrepentimiento y el perdón.
Su discurso pone el énfasis en mecanismos institucionales para castigar, pero poco se habla del fortalecimiento moral de las personas ni de cómo generar un entorno en el que se cultiven virtudes cívicas que prevengan el delito y la injusticia.
Su enfoque técnico muestra un esfuerzo por mejorar la rendición de cuentas del Poder Judicial. Esto es positivo. Sin embargo, se nota un alineamiento con una narrativa institucional que privilegia discursos como “perspectiva de género” e “interseccionalidad”, sin detenerse a discernir si esas corrientes están en armonía con la verdad objetiva, la ley natural o la justicia moral.
La transparencia no es solo publicar estadísticas o evitar abusos de poder. Es también hablar claro sobre lo que es el bien, el mal, la dignidad del ser humano y el respeto a la vida. En esto, su discurso parece incompleto.
Una constante en su carrera ha sido su desconfianza hacia la autonomía de los jueces sin vigilancia externa. Esto puede ser válido si hablamos de erradicar la corrupción. Pero también puede reflejar una visión institucionalista y controladora, donde el sistema sustituye al carácter del juez virtuoso.
Desde la virtud, la libertad no es solo hacer lo que se quiere dentro del marco legal. Es hacer el bien aunque no haya ley que lo imponga. No basta con crear órganos de vigilancia si no se promueve el cultivo de la virtud en los funcionarios.
No se observa en su discurso una defensa explícita de principios no negociables como:
Por el contrario, su énfasis en colectivos vulnerables puede derivar —si no se ancla en la verdad— en una justicia relativista, donde los valores eternos se subordinan a las modas ideológicas o a las exigencias de agendas internacionales.
Sara Irene enfoca su visión en la víctima como individuo lesionado, pero no se aprecia una reflexión más profunda sobre cómo fortalecer el tejido social y familiar para prevenir el delito o reconstruir comunidades dañadas. La virtud también llama a mirar el origen del mal social y no solo sus consecuencias.
Sara Irene Herrerías es una mujer competente, con experiencia y convicciones fuertes en el ámbito del derecho penal y los derechos humanos. Pero su candidatura a la SCJN, desde una mirada de virtud y ley moral, presenta limitaciones preocupantes:
Un juez puede conocer la ley y aún así ser injusto si no tiene virtud.
Desde la perspectiva de “Virtud al Frente”, Sara Irene Herrerías necesita dar mayor claridad sobre su visión moral y antropológica si quiere ser considerada idónea para el más alto tribunal del país. El pueblo de México no solo necesita legalistas: necesita jueces que amen la verdad y tengan el valor de defenderla.